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lunes, 17 de octubre de 2022

"Lord Jim" - Joseph Conrad

 
Hace más de veinte años me hice con una edición, en dos pequeños volúmenes, de la novela Lord Jim. Acto seguido me lancé a su lectura en una lucha por desentrañar su mensaje y sentido entre una letra minúscula y una, creo recordar, enrevesada traducción de los años sesenta, de cuando estaba fechada aquella bonita pero dificultosa edición. Veinte años después, con cierto bagaje lector y con la ilusión de hacerme con una de las mejores ediciones que se pueden  encontrar en el mercado, fechada en 2015 y avalada por la traducción de Verónica Canales, me he lanzado de nuevo y sin paracaídas, a la lectura de una novela que me ha tenido siempre obsesionado y a la que, desde aquella primera experiencia inmadura para olvidar, siempre he deseado volver.

Todos conocemos la trama sobre la que gira la novela, sino por haberla leído, por la película dirigida por Richard Brooks e interpretada por Peter O´Toole, uno de esos clásicos maravillosos del cine de aventuras. Jim es un joven marino que en una travesía por oriente, siendo segundo de abordo de un destartalado barco, navega llevando un gran número de peregrinos hacia su destino. Este barco sufre una vía de agua y junto al capitán y los oficiales de máquinas, abandona el barco y a sus pasajeros, en un acto de profunda debilidad que le marcará de por vida. Tras un polémico juicio, el joven Jim deambula por aquellos mares de oriente, entre Sumatra, Borneo y Malasia, ocupando diferentes trabajos, pero siempre escrutando a sus espaldas la larga sombra de aquel hecho que marcó su vida. Esa huida hacia no sabe donde, le lleva a un recóndito lugar llamado Patusan, donde parece encontrar un refugio donde echar raíces y dejar atrás un pasado que le reconcome y no le deja vivir en paz. Sin embargo, una serie de circunstancias le llevan a tener que tomar una serie de decisiones que volverán a marcar una vida sin sosiego.

Joseph Conrad construye en esta obra insigne, un universo de sentimientos y humanidad alrededor de la figura de Jim, un hombre sobre el que el autor modela su personal visión de los más profundos miedos a lo que un ser humano puede enfrentarse. La inseguridad ante lo desconocido, la responsabilidad frente a los demás, el apego hacia lo que uno quiere y desea, o la búsqueda del lugar en el que uno encuentra su sitio, forman parte de los cimientos en los que la vida de Jim va desarrollándose. Una vida en las que sus miedos le hacen huir de un pasado que no le abandona y que, sin embargo, le empujan a buscar su lugar en lo más recóndito de una selva insondable, llena de peligros y oportunidades, que le llevará a crecerse y creer en sí mismo, mientras deja atrás aquella herida imborrable. Aún así, ese recuerdo de dudas y emociones descontroladas puede reaparecer a la mínima oportunidad, retornando su vida hacia un destino del que parece no poder escapar.

Más allá de esa cruda, humana y terrible historia con la que nos atrapa Conrad, formalizando una trama rotunda y sólida alrededor de las debilidades humanas sobre las que tanto y tan bien ha escrito el autor, quiero insistir en la forma, el envoltorio, el armazón, sobre el que el autor construye esta historia tan impresionante y dolorosa. Me refiero a su particular y brillante manera de contar. En su narrativa, más allá de esa impresionante capacidad de describir y dibujar el alma de sus protagonistas, siempre pendientes en el filo de la navaja, de caer o triunfar en una vida de viajes y encuentros, Conrad maneja a la perfección la descripción de ambientes, paisajes y entornos tan cercanos e inherentes a sus personajes, y que forman con ellos el escenario perfecto para desarrollar sus dolidas y profundas tramas. Esos mares de oriente tan mágicos y peculiares, esa vida  trashumante del marino que viaja de puerto en puerto, esos lugares rodeados de selva y humedad en los que el ser humano se convierte en un ser mínimo y pequeño, a la vez que es capaz de ser rey de un pequeño reino, esa atmósfera que mientras no deja respirar por lo profundo de su espesor te ofrece bellos y coloridos paisajes, todo ello, completa los escenarios y universos en los que Conrad se mueve a las mil maravillas.

Es precisamente la fusión de estos factores, aderezados por una rica y profusa narrativa llena de descripciones e hipérboles, lo que siempre me atrapa en una adicción de la que yo, personalmente, no logro ni quiero escapar. Es cierto que, en ocasiones, su manera de escribir, de contar, parece excesiva, inabarcable. Sin embargo, el hecho de  adentrarse en lo espeso de esas tramas, a veces confusas y siempre humanamente complejas, resulta ser como navegar sin rumbo preciso por los mares del sur de la China, con la pasión que hace al marino regresar y no dejar nunca de entremezclarse con el insondable paisaje y horizonte de las aguas y lugares que surca. Es por ello y por el propio Jim, uno de esos personajes literarios universales y eternos, por lo que he disfrutado completamente de esta gran novela, a la que seguro regresaré para perderme de nuevo en sus paisajes y en unos peligros a los que la humanidad, resquebrajada y herida, lleva en volandas al lector sin remedio. 

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