Ambientada entre los años 1913 y 1938, La Cripta de los Capuchinos nos traslada a una Viena, sobre la que se cierne una tormenta de cambios, en cuanto a su privilegiada posición como capital del Imperio Austro-Húngaro. Su protagonista y narrador es un joven apellidado Trotta y oriundo de Eslovenia. Su posición previa al descalabro de la Primera Guerra Mundial le lleva a mantener una vida disoluta y alegre, en una sociedad que subsiste entre los recuerdos de las glorias y recuerdos de lo que antaño fue la sociedad vienesa bajo la sombra del emperador Francisco José. Su vida gira alrededor de un grupo de amigos que como él, disfrutan de cierta vida holgada en la que comparten sus sentimientos de pertenencia al Imperio, como un conjunto plurinacional de estados eslavos periféricos, más que por la presencia unificadora de cierto nacionalismo centralista y proclive a lo germano. La tradición, la estabilidad y la conciencia de pertenencia a un Imperio acogen en sus conversaciones tal concepto de multiculturalismo unificador.
Sin embargo, el comienzo de la guerra, la muerte de Francisco José y una postguerra en la que todos esos sentimientos arcaicos pero que en su momento unían a un Imperio sin apenas quiebras van desapareciendo, hace que todo se desmorone alrededor del protagonista. imagen indudable de la sociedad de Viena y por ende, del espíritu del colapsado Imperio Austro-Húngaro. Los nacionalismos, el antisemitismo, la quebradiza República recién instaurada y la presencia de una Alemania nacionalista que pretende aunar a su alrededor a una Austria en decadencia, conforman un periodo de entreguerras que marca una honda crisis en nuestro personaje y sus entorno. Su presencia en la guerra, el posterior paso por un campo de prisioneros en Siberia y su regreso a casa vienen marcados y delimitados, más allá de por esa quiebra del Imperio, por sus relación con las dos mujeres que ocuparan su entorno más cercano. Tanto su madre como su novia y posterior esposa, marcan una vida que tras la guerra se convierte en un campo fértil al desasosiego. La profunda crisis económica y familiar de los Trotta crea un paralelismo dramático con el periodo de entre guerras en Viena. La devaluación de la moneda, la pérdida de los territorios periféricos, la caída en desgracia de los judíos y la larga sombra de una Alemania que busca tragarse a una Austria despersonalizada y prácticamente desgobernada y enfrentada a un guerra civil y al enfrentamiento social de sus ciudadanos, marcan una época previo a un nuevo conflicto global europeo.
Joseph Roth muestra en su obra, sin remilgos, la crisis de un país y de una sociedad, de un sentimiento marcado por cierta nostalgia al pasado de una monarquía y un Imperio centralizador y multicultural. Sus conversaciones con los amigos de tabernas y tertulias, antes y después de la guerra, mutan entre opiniones ideológicas, camaradería y asuntos familiares y amorosos. Y lo hace con una narrativa cercana al costumbrismo e incluso a cierto perfil folletinista, en cuanto que nos describe en sus páginas su historia de amor y desamor con Elizabeth, un modelo desequilibrador en su vida, y su relación ambivalente con una madre tan cercana como lejana de un hijo que, con gran tristeza observa una revolución a su alrededor. Un cambio que culmina con un capítulo final brillante, lleno de desesperanza y soledad, marcado por años de gobierno duro, enfrentamientos sociales y la naciente presencia del nazismo. Un capítulo que, como no podía ser menos, termina a las puertas de la Cripta de los Capuchinos, lugar donde descansan los emperadores de un Imperio desmembrado y recordado con añoranza por el protagonista y, por ende, por el autor de esta gran novela.
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