No pocos ensayos y estudios acometen la historia y hechos de la Edad Clásica de la antigua Atenas. En ese libro que hoy reseño, Javier Murcia Ortuño se adentra en la tarea, nada fácil, de desentrañar y explicar al lector, con diáfano estilo y aparente sencillez, aquel esplendor olvidado, como reza su título, de la Atenas de la edades denominadas Bronce, Oscura y Arcaica, ésta última especialmente desarrollada en su páginas.
A lo largo de seis grandes capítulos, subdivididos en pequeñas secciones, el autor intenta desentrañar estos tres periodos de una polis que fue desarrollándose en el tiempo desde la Edad de Bronce hasta los inicios de la democracia y su presencia preponderante en la Grecia del siglo V a.C. Particularmente, hace uso de fuentes originales y de la arqueología, en base a las cuales aborda las edades de Bronce y Oscura en un primer gran capítulo, en el que desarrolla, cuánto puede y le permiten los restos y las pistas que han quedado de ambas lejanas épocas, la forma del gobierno, sus instituciones, las relaciones con otras polis, la religión y las posición geopolítica de aquella lejana y recóndita Atenas.
Es a partir del segundo capítulo, cuando el autor se expande con cierta seguridad y con un importante manejo de las fuentes y la historia, en los recovecos de la Edad Arcaica, emprendiendo un rico y jugoso viaje a través de las vidas de legisladores y reformadores atenienses, en un mundo donde los llamados tiranos ocupaban el poder y el gobierno de la mayoría de las polis griegas de la época. Tras el intento fracasado de Cilón por llevar la tiranía a Atenas, la ciudad acometerá su expansión en su entorno controlado, de una Ática en la que poco a poco mostrará su prevalencia. Es en aquellos años cuando aparece uno de los grandes personajes de la Edad Arcaica de la polis. Me refiero a Solón, ilustre personaje que aporta una importante reforma legislativa que serviría de base para la que será una de las grandes ciudades de Grecia en la antigüedad. Resulta clave su labor por proteger y salvaguardar al ciudadano griego popular o rural, en contraposición a la aristocracia preponderante, promoviendo de esta manera la expansión de la esclavitud. Todo ello viene acompañado de un buen número de leyes y normas que marcarán el devenir de Atenas y su relación con una pretendida cohesión social y un buen número de medidas económicas.
Es a partir del segundo capítulo, cuando el autor se expande con cierta seguridad y con un importante manejo de las fuentes y la historia, en los recovecos de la Edad Arcaica, emprendiendo un rico y jugoso viaje a través de las vidas de legisladores y reformadores atenienses, en un mundo donde los llamados tiranos ocupaban el poder y el gobierno de la mayoría de las polis griegas de la época. Tras el intento fracasado de Cilón por llevar la tiranía a Atenas, la ciudad acometerá su expansión en su entorno controlado, de una Ática en la que poco a poco mostrará su prevalencia. Es en aquellos años cuando aparece uno de los grandes personajes de la Edad Arcaica de la polis. Me refiero a Solón, ilustre personaje que aporta una importante reforma legislativa que serviría de base para la que será una de las grandes ciudades de Grecia en la antigüedad. Resulta clave su labor por proteger y salvaguardar al ciudadano griego popular o rural, en contraposición a la aristocracia preponderante, promoviendo de esta manera la expansión de la esclavitud. Todo ello viene acompañado de un buen número de leyes y normas que marcarán el devenir de Atenas y su relación con una pretendida cohesión social y un buen número de medidas económicas.
Iniciado ya el siglo VI a.C. y tras la retirada de Solón, surgirán años complejos en la ciudad. La aparición de Pisístrato, un tirano que necesitará hasta tres ocasiones para hacerse con el poder de la ciudad e instaurar una dinastía de tiranos denominada Pisistrátida, llevará al lector hasta las puertas del siglo V a.C. con la llegada de la democracia y la expulsión de los herederos del tirano, coinicidiendo con la presencia persa en las costas de Jonia. El capítulo tercero, explorará los años en los que Pisístrato intenta y logra definitivamente instaurar la tiranía en Atenas, promoviendo una importante política exterior, la consolidación de su partido y familia, así como cierta continuidad y mejora de las leyes reformadas por Solón. Su figura como tirano y la de sus herederos no significa que aplicará con dureza su política sobre los atenienses. Más allá de conatos de enfrentamiento con algunas familias aristócratas, fue un buen gobernante que supo llevar a la polis hacia una, según el autor, primera Edad de Oro, previa a la época de la democracia ateniense. Según cuenta Javier Murcia, es durante su gobierno, cuando las historias épicas de Homero fueron transcritas para lograr su pervivencia en el tiempo y posiblemente, consolidar su propio interés por situar a Atenas en un lugar primigenio en la memoria griega.
En un quinto capítulo, Javier Murcia extiende su estudio hacia el gobierno de los tiranos Pisistrátidas hasta la muerte de Hiparco y la expulsión de Hipias. Es entonces cuando se explaya en su defensa de este periodo pre-democrático. En el sexto y último capítulo, Murcia nos muestra el fin de la tiranía, los inicios de una naciente democracia y la involucración de Atenas en la rebelión jonia contra los persas y la famosa batalla de Maratón. En este momento y desde hacía algunos años, otros dos importantes protagonistas en la historia de Grecia van cruzando sus destinos con el de los atenienses. Me refiero a Esparta y al imperio aqueménida persa. Es aquí, en el 490 a.C., donde el autor da por terminado su ensayo a las puertas de una Atenas que se enorgullecerá de su naciente democracia y despreciará, con cierto sentido oportunista, los recuerdos del gobierno de la tiranía ateniense. Otros habían llegado al poder y era mejor denostar lo pasado y promover lo que estaba por desarrollarse: la democracia.
Para redondear el libro, resulta particularmente interesante la aportación del autor en el capítulo cuarto, dirigido a explorar el arte y la religión de aquella Atenas, en el que muestra un importante número de datos arqueológicos, especialmente en lo que se refiere a edificios, escultura y cerámica. Por supuesto, en relación con los dioses y su relación con aquella sociedad, no escatima páginas en el tratamiento de festividades y festejos religiosos. Con este artículo se cierra el círculo de un libro francamente entretenido de leer y profundamente interesante en su desarrollo y explicación de unos siglos que han merecido, de los investigadores e historiadores, menos páginas e interés que el manido y revisitado siglo V a.C. ateniense. La propuesta y visión de Murcia no solo resulta enriquecedora sino francamente interesante para el que quiera acercarse a aquellos siglos a los que el autor llama con buen criterio, del esplendor olvidado.
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