En 1956 el director Michael Anderson trasladó al cine la famosísima novela de Julio Verne ¨La vuelta al mundo en ochenta días", en la que un excéntrico y solitario caballero londinense participa en una apuesta en su Club Privado, apostando una jugosa cantidad a que es capaz de recorrer el mundo y volver a Lóndres en apenas ochenta días. Precisamente las aventuras que corre en su viaje por distintos países, más la persecución y acoso de un inspector de policía que cree que es el principal responsable de un robo acaecido en la capital británica, son ingredientes suficientes para ofrecernos una película ya clásica y la mar de entretenida. Si a esto le sumamos un alto presupuesto y la participación de David Niven en el papel de Phileas Fogg y de la entonces estrella mejicana, Cantinflas, encarnando al mayordomo Passepartout, tenemos como resultado una película que recibió buenas criticas y consiguió cinco estatuillas en los Oscars de aquel año, incluida mejor película.
Aunque los verdaderos protagonistas son los nombrados anteriormente, Niven y Cantiflas, a los que hay que sumar a Shirley MacLaine en el papel de la princesa Aouda y a Robert Newton, representando al pesadísimo detective Fix, una de las características de este film es la participación de una gran cantidad de actores, en pequeños cameos, potenciando el carácter de superproducción de la película. Es el caso de John Gielgud, Trevor Howard, Frank Sinatra, Buster Keaton, entre otros.
La travesía de nuestros protagonistas sale de Inglaterra, cruzando Francia y España, llega al Canal de Suez, yendo de allí a la India, para pasando por Hong Kong y Japón, recalar en EEUU para, por fin regresar a Inglaterra. Obviamente el paso por nuestro país está fuera de toda lógica y de la trama de la novela original, pero al utilizarse exteriores patrios, se atendió a dar cierta visibilidad a nuestras folklóricas costumbres. A lo largo de su viaje, la película parece que se convierte en una guía de viajes, en la que el director nos muestra escenas más o menos típicas de cada país acompañadas de grandes y hermosos paisajes, pretendiendo hacernos participes de las bellezas y características de los países que visitan Fogg y Passepartout. Si bien en los años 50 estas escenas eran especialmente novedosas por su exotismo, en la actualidad, alargan innecesariamente la película, creando cierta sensación de documental, que en el fondo y en la forma no hacen más que ralentizar la acción de la historia.
La travesía de nuestros protagonistas sale de Inglaterra, cruzando Francia y España, llega al Canal de Suez, yendo de allí a la India, para pasando por Hong Kong y Japón, recalar en EEUU para, por fin regresar a Inglaterra. Obviamente el paso por nuestro país está fuera de toda lógica y de la trama de la novela original, pero al utilizarse exteriores patrios, se atendió a dar cierta visibilidad a nuestras folklóricas costumbres. A lo largo de su viaje, la película parece que se convierte en una guía de viajes, en la que el director nos muestra escenas más o menos típicas de cada país acompañadas de grandes y hermosos paisajes, pretendiendo hacernos participes de las bellezas y características de los países que visitan Fogg y Passepartout. Si bien en los años 50 estas escenas eran especialmente novedosas por su exotismo, en la actualidad, alargan innecesariamente la película, creando cierta sensación de documental, que en el fondo y en la forma no hacen más que ralentizar la acción de la historia.
A pesar de su excesiva duración esta película tiene ciertas características que la convierten en un film especial. Por un lado, la hermosa fotografía y la utilización muy acertada del color, hacen de su visionado algo excepcional para la época. Por otro lado, el montaje da muestra de un trabajo con el que se consigue trasladar al espectador, el épico viaje alrededor del mundo de nuestros protagonistas, logrando un resultado ejemplar. Por ultimo y no menos importante, resulta chocante la simbiosis lograda en la actuación de dos actores tan diferentes, como son Niven y Cantinflas. El primero como el estirado caballero, como siempre perfectamente representado por el genial y carismático actor. Cantinflas quizás, el que pudiera presentar a primera vista mas dudas, reflejando en la pantalla un mayordomo no de origen francés como sucede en la novela de Verne, sino más de raíces hispanas, termina convenciendo en un trabajo divertido y coherente en su papel. Como conclusión, estos dos actores logran embaucar al espectador, disfrutando junto a ellos del viaje a lo largo del mundo.
Sin embargo, tengo que apuntar, que en mi opinión creo excesivo el haberle concedido el Oscar a la mejor película de aquel año, sin desmerecer el esfuerzo innato y la importante dedicación del director y la productora para llevar al cine la novela de Julio Verne. Aun así, no deja de ser una película clásica llena de gags, entretenimiento y aventuras, por lo que en su genero resulta altamente recomendable.