Este extenso ensayo histórico publicado por la editorial "Ático de los Libros" y escrito por el profesor de Historia Medieval de la Queen Mary University de Londres, Thomas Asbridge, busca con cierto afán divulgativo, ahondar en la historia de las cruzadas, no solo desde el punto de vista cristiano, sino también desde la perspectiva musulmana, ya que de otra manera no habría posibilidad de vislumbrar con total plenitud los hechos que acontecieron entre los años 1095 y 1291. No solo se describe pormenorizadamente las diferentes cruzadas que tuvieron como objetivo Tierra Santa, sino que, además intenta responder a preguntas sobre el origen, las causas y las consecuencias de las mismas en el entorno no solo de aquellas tierras, sino también en la Europa Occidental y en los territorios musulmanes.
El autor comienza su ensayo mostrando los pilares sobre los que se basa la formación de las cruzadas. La Europa del siglo XI es testigo del auge de una naciente aristocracia militar, formada por hombres de armas que se darán a conocer con el término de caballeros. La civilización occidental comenzó a dar señales de desarrollo y expansión, unido a cierto proceso de urbanización y a un crecimiento demográfico incipiente. El legado de Roma se había reconvertido en la cristianización de Europa liderada por el Papado, origen de la génesis del sentimiento de las cruzadas, en un afán no solo evangelizador, sino también de consolidación de su autoridad. Para ello, qué mejor que motivar el ideal de la misión en Tierra Santa, con la idea de la salvación moldeada desde el concepto de la devoción medieval y acompañado del influjo del miedo a la perdición de las almas. Conceptos como oración, purificación y peregrinación, se fusionarán con el estilo de vida de los caballeros medievales y con la difusión mediática del papado en su afán por dar autoridad legítima al fin de la recuperación de los Santos Lugares. Aparece el concepto de guerra justificada a los ojos de Dios, a una pretendida legitimación dirimida entre una "causa justa" y una "recta intención". Ello no solo ofrecería un razonamiento a las cruzadas y la participación de caballeros, sino que además justificaría la creación de las órdenes militares, como templarios, hospitalarios y teutónicos, en su misión de proteger a la Iglesia católica y romana como "soldados de Dios".
No hay que perder de vista la situación del mundo musulmán, ya que el impulso de las cruzadas tiene sentido como respuesta a la dominación de Tierra Santa por el islam. Pocos años antes a la primera cruzada, Bagdad y El Cairo estaban enfrascadas en sendas guerras civiles. Selyúcidas y fatimíes controlaban Mesopotamia y Egipto, mientras las tierras de Palestina no eran más que meras zonas fronterizas, lo que favoreció el desarrollo de la primera cruzada. Esta frontera interna y ciudades como Alepo, Acre o Antioquía fueron tierras que formalizaron la lucha interna por el poder entre las diferentes ramas y dinastías que pretendían dominar la realidad musulmana de Oriente Próximo. Conceptos como el de Guerra Santa y la Yihad, literalmente traducido como "esfuerzo", son planteados continuamente a lo largo y ancho del ensayo. El autor intenta contestar a algunas preguntas importantes para comprender la génesis de casi doscientos años de lucha. ¿fue realmente el actuar musulmán la razón primordial de la formación de las cruzadas? ¿Existía una amenaza previa contra los cristianos en aquel territorio litoral mediterráneo? ¿Cuál fue la chispa que inició casi doscientos años de lucha en un territorio complejo por su geografía, clima y situación estratégica?
Thomas Asbridge desarrolla y analiza de manera bastante metódica y entretenida las diferentes cruzadas que tuvieron lugar entre 1096 y 1272, lo que hace de este volumen un medio muy interesante y divulgativo para acercarse a sus diferentes fases y participantes. Desde luego la primera cruzada fue un gran y sorprendente éxito. Jerusalén fue recuperada y se crearon los territorios cristianos que en algunos casos perdurarían hasta los últimos años de la permanencia cristiana en Tierra Santa. Edesa, aunque por poco tiempo, Antioquía, Trípoli y Jerusalén como concepto de reino, aún carente de su capital durante gran parte del conflicto, fueron las sedes de los cristianos, quienes englobaron en sus filas reyes, caballeros y órdenes militares. Muy diferentes resultados tuvieron las siguientes cruzadas. Algunas fueron auténticos fracasos. Otras ni siquiera llegaron a aquellos territorios, volcando su espíritu de guerra y peregrinación hacia Egipto o incluso contra Constantinopla. Tras la pérdida de Jerusalén ante Saladino, solo la cruzada liderada por Federico II logró recuperar la ciudad aunque por poco tiempo. La presencia de potencias marinas como Pisa, Génova o Venecia, consolidaron las costas y puertos como Acre, objeto de un costoso asedio que duró dos años (1089-1091). Además la presencia de diferentes monarcas en el territorio, más allá de insuflar hombres, moral y prestancia, provocaron problemas serios en la consecución real y constante de los fines buscados, al tener que vigilar constantemente de reojo, sus territorios europeos rodeados de traiciones, guerras y levantamientos. La constancia no era una regla general entre los aventureros coronados y ni siquiera el ímpetu de algunos papas logró en ocasiones animar a nuevos voluntarios en las aventuras cruzadas. Finalmente, la última posición cristiana, Acre, cayó en 1291 dando por finalizada una aventura que estuvo llena de batallas, grandes derrotas, crueles asedios, desmanes y sacrificios. Por aquellas tierras pasó un ingente número de soldados, peregrinos, caballeros y no pocos reyes cristianos, además de la consecución de diferentes dinastías musulmanas, como los fatimíes, dinastía en época de la primera cruzada en plena recesión, los zenguíes de Zengui y Nur al Din, auténticos unificadores de los intereses musulmanes en la zona, los ayubíes del gran Saladino, y finalmente, los mamelucos bajo los implacables Baibars y Qalawun, quienes se enfrentaron también de manera victoriosa al avance mongol. Todos estos cambios conflictivos y luchas internas de dinastías musulmanas planearon paralelamente sobre las cruzadas, incidiendo a veces positivamente en periodos de paz, pero inevitablemente, provocando largos periodos de conquista y su definitiva derrota, por la posición de enlace principal de aquellas tierras entre Egipto y Mesopotamia.
Como conclusión Asbridge analiza no solo la conmoción que provocó la definitiva derrota cristiana en occidente, sino también las lecturas que tuvo la idea de las cruzadas y sus efectos en los siglos posteriores. Ideas como la fusión de violencia y religión, control y dominación de las expediciones, la instrumentalización del elemento piadoso de las guerras, la temporalidad de los esfuerzos realizados en las diferentes cruzadas, unido a cierta noción de impasibilidad de occidente ante la necesidad de ayuda de Tierra Santa, o la promesa de la salvación individual, fluyen como discordantes y a veces contradictorias razones de un concepto que confluyó de diferente manera tanto en Oriente como Occidente y lo largo de los siglos hasta la actualidad. Las rutas comerciales fluyeron y crecieron en Oriente Próximo de la mano del comercio entre las ciudades mercantiles italianas, los cristianos francos y los musulmanes, creando un medio social único en el Oriente Latino, añadido al intercambio cultural producido. Los siglos leyeron con diferente sentido las cruzadas. Algunos las denostaron y otros las ensalzaron. Incluso en el siglo XX los aliados en sendas guerras mundiales utilizaron el término de cruzada para contextualizar la lucha contra sus enemigos. No olvida el autor analizar la visión musulmana de las cruzadas, con la aparición del nacionalismo árabe y el islamismo teocrático, además de la apropiación histórica de las mismas en el contexto actual de la posición del Islam frente a Occidente y la respuesta de éste a partir del 11 de septiembre de 2001. Todo ello para terminar deduciendo y defendiendo que el concepto de cruzada no tiene relación alguna con el momento actual y el mundo moderno, y asegurando que "resulta imperiosamente necesario situar a las cruzadas en la esfera a la que pertenecen; la esfera del pasado".
El autor comienza su ensayo mostrando los pilares sobre los que se basa la formación de las cruzadas. La Europa del siglo XI es testigo del auge de una naciente aristocracia militar, formada por hombres de armas que se darán a conocer con el término de caballeros. La civilización occidental comenzó a dar señales de desarrollo y expansión, unido a cierto proceso de urbanización y a un crecimiento demográfico incipiente. El legado de Roma se había reconvertido en la cristianización de Europa liderada por el Papado, origen de la génesis del sentimiento de las cruzadas, en un afán no solo evangelizador, sino también de consolidación de su autoridad. Para ello, qué mejor que motivar el ideal de la misión en Tierra Santa, con la idea de la salvación moldeada desde el concepto de la devoción medieval y acompañado del influjo del miedo a la perdición de las almas. Conceptos como oración, purificación y peregrinación, se fusionarán con el estilo de vida de los caballeros medievales y con la difusión mediática del papado en su afán por dar autoridad legítima al fin de la recuperación de los Santos Lugares. Aparece el concepto de guerra justificada a los ojos de Dios, a una pretendida legitimación dirimida entre una "causa justa" y una "recta intención". Ello no solo ofrecería un razonamiento a las cruzadas y la participación de caballeros, sino que además justificaría la creación de las órdenes militares, como templarios, hospitalarios y teutónicos, en su misión de proteger a la Iglesia católica y romana como "soldados de Dios".
No hay que perder de vista la situación del mundo musulmán, ya que el impulso de las cruzadas tiene sentido como respuesta a la dominación de Tierra Santa por el islam. Pocos años antes a la primera cruzada, Bagdad y El Cairo estaban enfrascadas en sendas guerras civiles. Selyúcidas y fatimíes controlaban Mesopotamia y Egipto, mientras las tierras de Palestina no eran más que meras zonas fronterizas, lo que favoreció el desarrollo de la primera cruzada. Esta frontera interna y ciudades como Alepo, Acre o Antioquía fueron tierras que formalizaron la lucha interna por el poder entre las diferentes ramas y dinastías que pretendían dominar la realidad musulmana de Oriente Próximo. Conceptos como el de Guerra Santa y la Yihad, literalmente traducido como "esfuerzo", son planteados continuamente a lo largo y ancho del ensayo. El autor intenta contestar a algunas preguntas importantes para comprender la génesis de casi doscientos años de lucha. ¿fue realmente el actuar musulmán la razón primordial de la formación de las cruzadas? ¿Existía una amenaza previa contra los cristianos en aquel territorio litoral mediterráneo? ¿Cuál fue la chispa que inició casi doscientos años de lucha en un territorio complejo por su geografía, clima y situación estratégica?
Thomas Asbridge desarrolla y analiza de manera bastante metódica y entretenida las diferentes cruzadas que tuvieron lugar entre 1096 y 1272, lo que hace de este volumen un medio muy interesante y divulgativo para acercarse a sus diferentes fases y participantes. Desde luego la primera cruzada fue un gran y sorprendente éxito. Jerusalén fue recuperada y se crearon los territorios cristianos que en algunos casos perdurarían hasta los últimos años de la permanencia cristiana en Tierra Santa. Edesa, aunque por poco tiempo, Antioquía, Trípoli y Jerusalén como concepto de reino, aún carente de su capital durante gran parte del conflicto, fueron las sedes de los cristianos, quienes englobaron en sus filas reyes, caballeros y órdenes militares. Muy diferentes resultados tuvieron las siguientes cruzadas. Algunas fueron auténticos fracasos. Otras ni siquiera llegaron a aquellos territorios, volcando su espíritu de guerra y peregrinación hacia Egipto o incluso contra Constantinopla. Tras la pérdida de Jerusalén ante Saladino, solo la cruzada liderada por Federico II logró recuperar la ciudad aunque por poco tiempo. La presencia de potencias marinas como Pisa, Génova o Venecia, consolidaron las costas y puertos como Acre, objeto de un costoso asedio que duró dos años (1089-1091). Además la presencia de diferentes monarcas en el territorio, más allá de insuflar hombres, moral y prestancia, provocaron problemas serios en la consecución real y constante de los fines buscados, al tener que vigilar constantemente de reojo, sus territorios europeos rodeados de traiciones, guerras y levantamientos. La constancia no era una regla general entre los aventureros coronados y ni siquiera el ímpetu de algunos papas logró en ocasiones animar a nuevos voluntarios en las aventuras cruzadas. Finalmente, la última posición cristiana, Acre, cayó en 1291 dando por finalizada una aventura que estuvo llena de batallas, grandes derrotas, crueles asedios, desmanes y sacrificios. Por aquellas tierras pasó un ingente número de soldados, peregrinos, caballeros y no pocos reyes cristianos, además de la consecución de diferentes dinastías musulmanas, como los fatimíes, dinastía en época de la primera cruzada en plena recesión, los zenguíes de Zengui y Nur al Din, auténticos unificadores de los intereses musulmanes en la zona, los ayubíes del gran Saladino, y finalmente, los mamelucos bajo los implacables Baibars y Qalawun, quienes se enfrentaron también de manera victoriosa al avance mongol. Todos estos cambios conflictivos y luchas internas de dinastías musulmanas planearon paralelamente sobre las cruzadas, incidiendo a veces positivamente en periodos de paz, pero inevitablemente, provocando largos periodos de conquista y su definitiva derrota, por la posición de enlace principal de aquellas tierras entre Egipto y Mesopotamia.
Como conclusión Asbridge analiza no solo la conmoción que provocó la definitiva derrota cristiana en occidente, sino también las lecturas que tuvo la idea de las cruzadas y sus efectos en los siglos posteriores. Ideas como la fusión de violencia y religión, control y dominación de las expediciones, la instrumentalización del elemento piadoso de las guerras, la temporalidad de los esfuerzos realizados en las diferentes cruzadas, unido a cierta noción de impasibilidad de occidente ante la necesidad de ayuda de Tierra Santa, o la promesa de la salvación individual, fluyen como discordantes y a veces contradictorias razones de un concepto que confluyó de diferente manera tanto en Oriente como Occidente y lo largo de los siglos hasta la actualidad. Las rutas comerciales fluyeron y crecieron en Oriente Próximo de la mano del comercio entre las ciudades mercantiles italianas, los cristianos francos y los musulmanes, creando un medio social único en el Oriente Latino, añadido al intercambio cultural producido. Los siglos leyeron con diferente sentido las cruzadas. Algunos las denostaron y otros las ensalzaron. Incluso en el siglo XX los aliados en sendas guerras mundiales utilizaron el término de cruzada para contextualizar la lucha contra sus enemigos. No olvida el autor analizar la visión musulmana de las cruzadas, con la aparición del nacionalismo árabe y el islamismo teocrático, además de la apropiación histórica de las mismas en el contexto actual de la posición del Islam frente a Occidente y la respuesta de éste a partir del 11 de septiembre de 2001. Todo ello para terminar deduciendo y defendiendo que el concepto de cruzada no tiene relación alguna con el momento actual y el mundo moderno, y asegurando que "resulta imperiosamente necesario situar a las cruzadas en la esfera a la que pertenecen; la esfera del pasado".
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