Tras la publicación de Kiev. 1941, Ediciones Salamina ha sacado a los escaparates la segunda parte de la trilogía escrita por el ensayista e historiador David Stahel, dedicada a las operaciones alemanas de 1941, cuyo objetivo fue conquistar y rendir Moscú y vencer a las tropas soviéticas. En este caso, este volumen analiza la Operación Tifón, llevada a cabo a lo largo del mes de octubre de aquel año, en la que bajo el mando del mariscal Fedor von Bock, tres millones de efectivos, englobados en setenta y cinco divisiones, mil quinientos panzer y mil aviones, pretendieron copar la capital soviética, con la intención de derrotar a Stalin antes de la llegada del crudo invierno ruso.
Stahel ahonda con profundidad y erudición en los factores que rodearon aquel mes crucial en la guerra, tanto o más como ya lo habían hecho en su libro sobre la gran batalla de Kiev, pero con la inclusión de un concepto primordial, desdeñado por el mando alemán. Con la llegada del otoño, la rasputitsa rusa iba a cobrar protagonismo, junto al factor de país o terreno, dando paso a la lluvia, el barro y el frio, ralentizando el avance implacable de las divisiones panzer, en aquel octubre. Sin duda nos encontramos ante la mayor operación militar de la historia, comandada en el lado alemán, por el poder de la voluntad germana, inspirado por la elocuencia de Hitler, la propaganda de Goebbles y como no, la perseverancia de los mariscales y generales alemanes. En aquellos primeros días de octubre, la ofensiva precedida de la velocidad y la preparación de las tropas comandadas por Bock, lograron engullir en dos grandes bolsas, Viazma y Briask, a casi siete ejércitos soviéticos. Y sin embargo, esto en si mismo, fue una trampa para las divisiones panzer. La resistencia tenaz y patriótica soviética, hizo que, no solo fuera complicado cerrar las bolsas, sino que además, a posteriori el avance se paralizó con el objetivo de derrotar y destruir a los allí embolsados.
Con todo, la fuerza alemana, tal como nos desarrolla Stahel, contaba con otros factores en contra. En primer lugar las líneas excesivamente avanzadas y el complicado suministro de las fuerzas de choque. Tanto las municiones, como el combustible y los recambios, comenzaron a escasear conforme se llegaba a mitad de mes. Para más inri, Hitler, en un claro ejemplo de la arrogancia, ordenó extender las alas de sus divisiones con la intención de extender el avance a Kalinin en el norte y a Kursk en el sur, algo que evitó la concentración bélica y total contra Moscú. Especialmente complejo fue el avance en el norte que, a pesar de conquistar la ciudad, enfrentó a los alemanes a un continuo número de contraataques comandado por Konev, que a punto estuvo de romper sus líneas y embolsar la ciudad. Guderian en el sur, continuaba veloz contra Tula, y hasta allí llegó, debiendo ceder alguna de sus divisiones a los objetivos de Kursk, por mandato de Hitler. Y en el centro, Stalin hizo uso de Zhukov, las reservas rusas y el espíritu soviético, para frenar la punta de flecha alemana. Moscú se convirtió en una ciudad fortaleza y, a pesar de trasladar al gobierno y la industria pesada más al este, Stalin se comprometió a quedarse y defender la capital, logrando afianzar su liderazgo. Todo lo contrario de Hitler y Goebbels que en un intentó vanaglorioso de celebrar la pronta rendición de Moscú, crearon en la ciudadanía y la propia tropa, una sensación de ocasión perdida y desasosiego.
Con la llegada de la lluvia, el barro y el frio, el avance alemán perdió ritmo y fuerza hasta estancarse y paralizarse, momento en el que Hitler, aconsejado por Kluge, en aquel momento uno de los mandos en los que más confiaba, ordenó la suspensión del avance, con el que dar cierto descanso a sus tropas. Lógicamente, y a pesar de haber gastado las opciones de triunfo, tras este parón, difícilmente podrían los alemanes, asestar el golpe pretendido a los soviéticos. Estos, tras cometer una serie de errores estratégicos a principios de mes, como sucedió en Ucrania, se habían recuperado a fuerza de enviar sus reservas del este y sacrificar, previamente miles de hombres en Viazma y Briask. Tal como apunta Stahel, estas dos grandes victorias alemanas fueron las causantes de su posterior derrota ante Moscú y, en definitiva, en la guerra en el este. Si asumimos la total desconexión del alto mando alemán con las condiciones reales del terreno, tanto por su condición como por su amplitud, concluimos que parte de la causa de la postrera derrota, vino heredada por la arrogancia y ceguera ideológica nazi, acompañada y alentada por la devoción irracional alemana por la ofensiva. Todo esto nos llevará a la conclusión de la trilogía, con la próxima publicación del ensayo dedicado a la Batalla de Moscú y la llegada y presencia del temido general invierno.