Webs Favoritas

jueves, 10 de enero de 2019

"Lo que esconde Silver Lake"

De la mano de David Robert Mitchell, director de la loable It Follows, se presentó en el último Festival de Cannes este extraño proyecto cinematográfico, que cabalga entre la búsqueda de cierta referencia postmoderna de la juventud en la sociedad actual y la somera crítica a una pretendida mitología cuyo calado va desde las leyendas urbanas, los clásicos del cine negro o las letras de los hits musicales del pop y rock más cercano. Si estos cimentos los salpimentamos con un mucho de egocentrismo y onanismo, además de una visión casi paranoica del entorno del protagonista, obtenemos este, sorprendente y en algunos momentos anodino, cuento excéntrico.
Un joven treintañero vive solo en una urbanización de Los Ángeles entre la desidia provocada por el aburrimiento y cierta inestabilidad tanto laboral como económica. Un día ve aparecer en la piscina a una guapa joven en la que se fija como si fuera un rayo de luz en su adocenada vida.  Tras pasar con ella una tarde, descubre que durante la noche la chica ha desaparecido. Es aquí cuando inicia una rocambolesca búsqueda plagada de micro historias sorprendentes y en principio desligadas unas de otras, que le llevarán de viajar a un submundo de seres extraños, teorías de la conspiración, mitos tirados por tierra y situaciones cercanas la paranoia. La guía de este viaje esta plena de referentes modernos y vestigios de la cultura pop. El protagonista trasiega, deambula, en su búsqueda de la muchacha, en un intricado universo de confusión, egoísmo y porque no, mucho autoengaño. Sus descubrimientos le llevarán a reencontrarse, si cabe, con una realidad tan compleja como sorprendentemente al alcance de su mano. Mientras desanuda los entuertos codificados en un complejo lenguaje de signos y números, vislumbrará que lo que fluye a su alrededor, quizás no sea lo que parece, malogrando los mitos a los que la sociedad actual se aferra ante la desidia de una juventud tan perdida y desorientada, como vulnerable.
David Robert Mitchell asume con maestría el manejo de la cámara, con perfectos y estudiados encuadres, tal como nos demostró en su anterior película, hilando con solvencia las escenas y sus escenarios, alrededor de la urbanización donde vive el protagonista y el lago que da título a la película. El extenso caleidoscopio aportado por el director, provoca que la película no sea especialmente lineal y que ni siquiera su estructura logre parecer robusta. Es más, la cinta tiene altibajos, salpicados de escenas francamente geniales y otras sin aparente sentido, lo que no ayuda a su visionado la excesiva extensión de la película, de casi ciento cuarenta minutos. Si a esto añadimos la complejidad de la trama, no por su dificultad narrativa, sino más bien por el complejo y desmembrado universo planteado, el valiente film aquí reseñado, puede plantear al espectador medio ciertos problemas de aceptación y entendimiento. Los homenajes a la cultura pop en general y al cine y la música en particular, llenan de guiños reconocibles una película, donde como he dicho, escenas brillantes y llenas de humor y mucha ironía, se acompañan de otras, francamente ridículas e inexplicables. 
Las interpretaciones de los actores, especialmente el protagonista Andrew Gardfield, rozan el surrealismo propio de la cinta, funcionan conforme al interés de la película. Especialmente interesante me parece el trabajo del elenco femenino. Unas jóvenes y solventes actrices aportan un estilo kitch, con el que se pretende plasmar un entorno tan trasnochado como postmoderno, y con un mucho de underground. ¿Es quizás ésta la imagen que el director pretende mostrar sobre la juventud actual? Esa quizás sea una de las interpretaciones de la película. Tanto Riley Keough en el papel de la misteriosa desaparecida, como Grace Van Patten o India Menuez, muestran un gran nivel interpretativo dentro de la vaguedad y misterio de sus papeles. Como he dicho Gardfield carga con gran parte del metraje en un complejo papel lleno de primeros planos donde, si bien defiende con olgura su interpretación, tampoco es que su papel desborde excesivo carácter y personalidad, quizás porque su personaje refleja el espíritu anodino, casi aburrido de una generación algo despistada a base de mitos musicales y signos de voyerismo y mucho onanismo, por otra parte características bastantes vacuas y símbolos del egoísmo de nuestra sociedad. Se podría interpretar, tras finalizar su visionado, que quizás su mensaje busca trasladar lo que nos complicamos la vida deseando y siguiendo mitos y sueños  inalcanzables, a los que quizás ni lleguemos a entender, en vez de coger lo que tenemos más cerca, y que quizás nos haga más felices, en un mundo complejo hasta la extenuación... ¿O el mensaje será otro? ¿O simplemente será que el director ha experimentado con su público en un juego conceptual de lo que él entiende como una modernidad más inteligible? Quien sabe, quien sabe...
En definitiva, un cuento postmoderno, complejo y lleno de homenajes, que resulta, en mi opinión, un tanto paranoico y especialmente irregular. Aún con todo, destila en algunos tramos, la chispa que el director nos dispensó en su anterior trabajo. Su apuesta, para algunos resulte excesiva, pero su valentía no deja de ser un ejemplo de lo que el cine aún puede ofrecer al espectador más curioso y hambriento de ideas e historias novedosas, tanto argumentalmente como visualmente hablando. Lo que sí hay que reconocer al director es su perfecto y pasmoso manejo de la cámara, con el que imprime su propio carácter al film y adentra al espectador, si éste se deja, en los complejos universos que ofrece en las salas de cine. Ante todo, sorprendente, aunque roce el desastre, todo lo cual, lo definirá el tiempo y los espectadores. Sin duda, interesante propuesta.