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lunes, 1 de octubre de 2018

"La Guerra de los Treinta Años. Volumen 2" - Peter H. Wilson

Meses después de la publicación del primer volumen, la editorial Desperta Ferro ha publicado la segunda entrega del voluminoso estudio realizado por el historiador británico Peter H. Wilson, dedicado a la Guerra de los Treinta años. Su ensayo en origen, estaba reunido en un solo libro, sin embargo su edición en España por esta editorial ha sido publicada en dos volúmenes. Éste segundo abarca la guerra entre los años 1630 y 1648, además de incluir un par de capítulos en los que aborda las consecuencias de la misma en el entorno europeo de mediados del siglo XVII. Por mi parte, en principio no ha existido ningún problema a la hora de repartir la lectura entre ambos tomos, excepto porque entre su lectura han mediado unos meses, algo que achaco a mi escasa paciencia para esperar a leer el primero sin haber salido publicado el segundo. Sin embargo, sí que tengo que apuntar que al no estar en origen dividida la obra, los mapas que aparecen en su primera parte, no aparecen en la segunda, provocando cierta dificultas a la hora de seguir las distintas campañas militares que acontecieron en los últimos dieciocho años de guerra. Por lo demás no se puede achacar ningún problema a la decisión tomada por la editorial, solo agradecer su esfuerzo y compromiso con los aficionados a la Historia con mayúsculas.


Este tomo, como el anterior, viene dividido en varios capítulos, con los que se compartimenta esta segunda parte de la guerra en diferentes periodos anuales. A lo largo de siete capítulos se reparten los dieciocho años que separan 1630 y 1648 conformando la Parte 3ª del ensayo global, primera de este volumen. Mientras, la Parte 4ª se presenta en tres capítulos, dos de los cuales desarrollan el coste humano y material de la guerra y la experiencia sobre el terreno de la misma, al que se añade el que desarrolla exclusivamente la definitoria Paz de Westfalia. Dejamos el anterior volumen con la situación más o menos dominada por el emperador Fernando II. Sin embargo a partir de 1630, la intervención sueca toma protagonismo para todo el resto del conflicto, a niveles hasta ese momento absolutamente inimaginables. Más adelante, la entrada en la guerra de Francia terminará por dirimir y revolucionar una guerra que en su origen parecía embarcada a quedar limitada a los principados alemanes y al Imperio, además de algunas intervenciones de corto rendimiento de España, Dinamarca e incluso en un origen la propia Francia. 

Suecia, de la mano de Gustavo Adolfo afrontó el conflicto con el halo de ser el elegido para defender los intereses de los protestantes alemanes. Aunque tras su muerte el ejército sueco sufrirá una dura crisis, la capacidad de Oxenstierna y su administración lo resituará como auténtico elemento desequilibrador de la guerra. Francia por otro lado no podía quedarse al margen de un conflicto en el que además tenía mucho que jugar la España de los Austrias. El Camino Español y los Países Bajos estaban en juego, además de la presencia española en el norte de Italia. La creciente Francia terminó por entrar en guerra de una manera desestabilizadora para la situación de Lorena y Alsacia, además de en su inherente intervención contra los Habsburgo. La dimensión del conflicto superaba las expectativas de unos principados que basculaban entre su alianza con los Suecos y su enfrentamiento con el Imperio, pero sobre todo, con su lucha por mantener la independencia frente a las grandes potencias participantes del conflicto. Sajonia, Branderburgo y Baviera, además de una incómoda pero irreductible Hesse- Kassel, valoraban apoyar a unos, enfrentarse a otros, más allá de sus expectativas religiosas o políticas. Era más bien una lucha por su supervivencia en una guerra de inmensas dimensiones.

Personajes como los ya nombrados Gustavo Adolfo o Oxenstierna, protagonizan las más de quinientas páginas de este volumen. El siempre conflictivo Wallenstein o el combativo Bernardo de Sajonia, entre otros, dirimían por las armas las numerosas batallas que se desarrollan en este periodo, de las que hay cumplidas y detalladas descripciones, acompañadas de sus respectivos planos. Pero en los despachos y los tronos se tomaban decisiones, estrategias y tratados bajo el mando de los emperadores Fernando II y Fernando III, los reyes Felipe IV de España y Luis XIII de Francia o Maximiliano de Baviera, entre otros, siempre acompañados de sus manos derechas, imprescindibles en este periodo, como fueron Olivares, Mazarino o Richelieu. Los protagonistas son muchísimos más y todos ellos forman parte de la guerra que llevó a su fin por agotamiento, necesidad y como no, interés partidista de unos y otros. 

Uno de los detalles que remarca el autor en los últimos capítulos del ensayo es la oportunidad buscada por los contendientes a la hora de cerrar tratados y acuerdos dirigidos a provocar la definitiva paz. Los principados alemanes fueron los primeros en acordar cierres parciales de enfrentamiento. La presión de Francia y Suecia , además de la crisis tremenda por la que pasaba España, llevó a Fernando III a buscar una paz, la definitiva, remarcada en dos ciudades alemanas. En una negociaron los católicos, en otra los protestantes, dando paso a un hito, el desarrollo internacional en su concepto moderno. La propia guerra desacreditó el uso de la violencia para obtener objetivos políticos o confesionales, de ahí que la paz fuera inevitable. La aceptación de los tres cultos, una amnistía confesional retrotraída hasta 1624, cesión de territorios, peso internacional donde se intercambian los protagonistas, la modificación de la influencia de los soberanos entre sus súbditos y el surgimiento de cambios en el entramado de los derechos corpotativos y el orden social ante el imperio de la ley, entre otras muchas consecuencias, fueron resultado de años de complejas e inevitables negociaciones. El proceso duró años. Por poner un ejemplo las últimas tropas extranjeras en salir del Imperio lo hicieron en 1654, asunto derivado el problema de Pomeramia creado entre Suecia y Branderburgo en lo años de conflicto. Wilson incide en que el principal impacto de la guerra no fue el hecho de relajar los vínculos entre el Imperio y los príncipes, sino el de potenciar la autoridad de estos últimos sobre sus súbditos, aportando una revolución respecto a la estructura del mismo Imperio y las relaciones entre los estamentos y los estados.

No cabe acabar el gran periplo del autor en su estudio de la Guerra de los Treinta años sin analizar los efectos y consecuencias de la misma, para lo que los dos últimos capítulos terminan por desmenuzar y destripar uno de las grandes tragedias europeas, a nivel humano como material, concluyendo una magna obra, con la seguridad de haber ahondado en la complejidad y la conciencia colectiva del colosal conflicto que asoló Europa.