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lunes, 7 de mayo de 2018

María Pagés - Compañía de danza - "Una oda al tiempo"


María Pagés es una de esas grandes mujeres y bailaoras de raza de las que nunca hay que dejar de disfrutar en el escenario. Su entrega, entusiasmo y dedicación se plasman encima de las tablas con gran generosidad. El pasado viernes, 4 de mayo, junto a su compañía de danza, ofreció en el Auditorio Baluarte de Pamplona, dentro de la temporada de este año que está por terminar, su nueva y recién estrenada producción "Una oda al tiempo". De ochenta minutos de extensión, como ya comentó en una entrevista previa, este último encaje de doce piezas diferentes en las que afronta diferentes palos del mundo flamenco, ha necesitado de la dedicación y el trabajo de dos largos años. Y se nota por su elaboración, coordinación y fluidez sobre el escenario y sobre todo por el hondo sentimiento mostrado en cada una de sus piezas, tanto por la propia María como por su compañía, tanto en el aspecto del baile como de la música que se mostró al espectador en vivo y en directo.

María Pagés transporta al espectador en esta producción, hacia una línea vital, expresada con emotividad, vivencia, sentimiento, pero también con sus propias sombras y momentos tenebrosos. Y lo hace con cierto aire de fusión musical y estilo. Es cierto que el flamenco y sus diferentes palos son el instrumento principal con los que la bailaora desborda sensibilidad y expresividad, pero no se corta nada al añadir conceptos de baile más moderno o conceptual, con lo que aporta la modernidad con la que esta producción pretende abordar la cotidianidad y reflexión del presente, con su compromiso de no olvidar el pasado, tal y como refleja en un título tan sugerente como directo... "Una oda al tiempo".
Los ochenta minutos de su actuación comienzan con el espectacular protagonismo de María Pagés en mitad del escenario, con una luna o un sol, según convenga, en el horizonte, y maravillando al espectador con su manejo de la cola de su vestido, como si se tratara de una extremidad más, inherente a su cuerpo derrochador de movimiento y pasión. Sus largos brazos y grandes manos, se mueven con soltura, mostrando al público calidez, sensualidad, sentimiento y compromiso. Detrás suya, acompañándola a lo largo de toda la actuación, un competente grupo de baile, muy bien coordinado y volcado en cada una de las piezas. Brillantes los bailes de ellas, con las colas de sus vestidos y sus taconeos en sus giros, así como en la corta pero espectacular parte en la que juegan y voltean los mantones por todo el escenario.
Por lo demás, los instrumentistas bien, tanto guitarras como percusión. El violín y violoncelo, aportando clasicismo y es de agradecer, sobre todo en las dos piezas con obras de Vivaldi y Haendel. Y los cantaores, en mi opinión, más efectiva Ana Ramón que Bernardo Miranda, no por su calidad, sino por su textura vocal, ya que por desgracia el gran hándicap de la actuación resulto ser un mal uso del sonido, sobre todo en volumen, ya que era muy complicado entender las letras cantadas por su distorsión, y en algunos momentos la música resultó excesivamente elevada.  Por lo demás una velada de las de recordar... Yo la disfruté, mucho no, muchísimo. 

 

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