Una de las buenas películas españolas del año 2016, este thriller nos traslada a Madrid en 2011, coincidiendo con la visita del Papa Benedicto a España. Durante la investigación de la muerte de una anciana en un piso del centro de la capital, los detectives Alfaro y Belarde, iran descubriendo que quizás este asesinato no sea el primero perpetrado en aquellas circunstancias, ni tal vez el último. Conforme avanzan en sus indagaciones irán encontrando similitudes entre distintas muertes de ancianas solitarias en el corazón de Madrid, mientras sus relaciones personales y profesionales, sufren las consecuencias de unas personalidades no especialmente normales.
Precisamente, uno de los detalles que más me ha fascinado de este film, dirigido por Rodrigo Sorogoyen es como la compleja y nada fácil personalidad de los dos protagonistas, no enturbia su profesional y metódica manera de investigar y enfrentarse a los homicidios a los que se enfrentan. Por un lado Alfaro, interpretado por un muy físico Roberto Álamo, tiene un carácter violento y es especialmente conflictivo con sus compañeros de comisaría. Además, su relación con una mujer separada y con una hija adolescente no le ayuda a templar su fuerte y destructiva personalidad al llegar a casa. Por otro lado, Velarde, encarnado por el siempre sólido Antonio de la Torre, no solo es un solitario personaje que sufre una notoria tartamudez y un especial instinto policial, sino que además tiene problemas para relacionarse con el sexo femenino, debido a su timidez y cierta personalidad con un trasfondo algo oscuro. Sin embargo, ambos son capaces de ensamblar sus recursos en la investigación, logrando formar un equipo altamente compenetrado pero, también lejos de mantener una relación de amistad fuera del trabajo. Realmente, el director a acertado a la perfección en como sacar lo mejor de ambos actores y representarlo de manera creíble en la pantalla.
Respecto al caso en sí, el guión logra mantener el suspense a lo largo de toda la película, enfrentando a los detectives a un interesante y truculento caso. Su ritmo es impecable y la manera en que gota a gota se presentan las pistas para investigar el caso, no tiene nada que envidiar a los buenos thrillers norteamericanos. Incluso cuando parece que la película podría perder interés en un momento en el que parece destaparse y adelantarse su resolución, consigue mantener la atención del espectador de manera solvente. El director emplaza al espectador ante la dureza y crudeza de algunas escenas, con cierta frialdad, acercándonos a la piel de los policías conforme se descubren las circunstancias de los asesinatos. Sin embargo, sus problemas personales corren paralelos a la investigación marcando la realidad subjetiva y vital del día a día.
Por lo demás, la fotografía y el montaje funcionan bien y están muy cuidados, así como una casi desapercibida banda sonora, que imprime con sutileza y gusto, un ritmo que acompaña muy bien al suspense de muchas de las escenas. En definitiva, una buena película que, en la senda del género del thriller, sigue el rumbo del buen hacer que se lleva planteando en el cine español desde hace unos años.