La rama sefardí es uno de los dos grandes brazos del judaísmo mundial. Tiene sus orígenes en la Península Ibérica y desde ahí se ha trasladado a Europa y el Mediterráneo, junto con su lengua propia basada en el judeo-español. Sin embargo, como bien nos recuerda Joseph Pérez, esta denominación debemos utilizarla para la época posterior a 1492 y utilizar el término de judío para los siglos anteriores.
El autor nos presenta esta obra dividida en una serie de capítulos que abarca la época pre-musulmana, la época de dominio musulmán, la reconquista, con los años llamados Edad Conflictiva, la conquista de Granada y posterior expulsión, la Diáspora sefardí y su situación a partir del siglo XVII hasta la actualidad.
Remarca Joseph Pérez que el judaísmo debe considerarse desde los tiempos más antiguos como una religión, no como una etnia. Es ya entrado el siglo XIX cuando surge el término racismo y la consideración de una raza diferente e inferior. Los problemas de los judíos a lo largo de los siglos, hasta los siglos XIX y XX, son básicamente de consideración religiosa.
En la península, la situación con los visigodos fue bastante positiva, hasta que Recaredo renegó del Arrianismo y se convirtió al catolicismo. Aquí es donde empieza una política discriminatoria ante a los judíos, anticipándose a los estatutos de limpieza de sangre de la época moderna. Por todo ello, no es de extrañar, como dice el autor, que la comunidad judía, posiblemente colaborara en la invasión de los musulmanes en el 711.
A partir de aquí, hasta el año 1492, la vivencia judía en la España musulmán, pasará por varias fases. Desde una época, de renacimiento, bajo el dominio de los Omeyas y de las Taifas, con la organización de aljamas independientes, judicial, religiosa y administrativamente. Las invasiones de los almorávides en 1086 y después de los almohades en 1146, llevaron a la pérdida de esta situación desahogada, debido al rigor dogmático y el tratamiento de la moral más estricta y ortodoxa que pretendía inculcar la religión musulmana de la manera más pura posible, influyendo de esta manera en la convivencia con judíos y cristianos. A lo largo de estos siglos, no cabe duda de la existencia de un cierto prestigio intelectual de componentes del judaísmo peninsular, como sucede, por ejemplo, en el caso de la figura de Maimónides. Además, aún manteniendo su religión, fueron capaces de adaptarse a los modelos musulmanes. A pesar de ello tampoco se puede idealizar este periodo en el que convivieron las tres culturas monoteístas. Su convivencia fue de mera tolerancia, en el sentido negativo de la palabra. Ya decimos que la situación se complicará con la llegada de almorávides y almohades.
En la España cristiana anterior a 1492, la presencia judía se incrementó a partir de la entrada en la península de estos pueblos musulmanes a partir de 1086. Hasta el siglo XIII, los cristianos recibieron y aceptaron a los judíos como cultura y como intelectualidad, más por necesidades administrativas y de conocimiento, que por gusto. Es a partir del siglo XIII cuando esta tolerancia remite y les plantea sucesivas épocas más difíciles en su convivencia. Sus agrupamientos en las ciudades recibirán el nombre de juderías, manteniendo una micro sociedad paralela a la sociedad cristiana. Sin embargo los judíos siempre estarán en una situación de debilidad frente a las dos grandes culturas de la península, la musulmana y la cristiana. Una prueba es que nunca se aprobaron los matrimonios mixtos. Los judíos llevarán siempre el estigma de ser el pueblo culpable de la muerte de Cristo y esto quedará indeleble a lo largo de los años. Podemos hablar de un antijudaísmo doctrinal, dirigido por la Iglesia, que con el tiempo desembocó en un antijudaísmo popular impregnando desde los púlpitos en la mentalidad del pueblo llano.
El autor, a partir de este punto, nos cuenta cómo a partir de los siglos XIII y XIV las conversiones forzadas o voluntarias fueron cada vez más frecuentes. Además, las crisis del siglo XIV y XV, ya sea en forma de epidemia de peste, hambruna por malas cosechas o las guerras civiles de Castilla, provocaron grandes persecuciones al pueblo judío asentado en las zonas cristianas, como la gran matanza de 1391, llamando a esta época o periodo, Edad Conflictiva. De aquí en adelante, Joseph Pérez, comienza a tratar de los problemas creados por la gran cantidad de conversiones, lo que plantea la situación del conflictivo criptojudaísmo y su persecución. Con la creación de la Inquisición y la conquista del último reducto musulmán en Granada en el año 1492, la terrible decisión tomada por los Reyes Católicos de la expulsión de los judíos de la península, era casi inevitable.
A partir de aquí el autor desarrolla como a lo largo de los años, la diáspora sefardí viaja por el continente europeo, hasta los confines de Turquía y zonas de Oriente Próximo, incluidas algunas ciudades del norte de África. Con diferente suerte, en algunos países sobrevivirán e incluso crearán grandes y fuertes comunidades, como en Holanda o en Turquía, mientras que en otras zonas sentirán la presión social como en Francia, Portugal o Italia, sufriendo posteriores migraciones a otros lugares.
Interesantes resultan las investigaciones sobre el tratamiento legal de los judíos y particularmente de los sefardíes en tres momentos claves de la época contemporánea española. Me refiero a los capítulos dedicados a la dictadura de Primo de Rivera y la II República, con sus curiosas ideas, más sentimentales que reales, del filiosefardismo oficial, como la referida a Franco y su relación con la Alemania Nazi, definiendo la situación con los judíos dependiendo de la situación del conflicto de la 2ª GM. Aquí es importante apuntar el esfuerzo de gran número de diplomáticos españoles en Europa por ayudar a los judíos, a pesar de la desidia o la cierta impasibilidad de la dictadura de Franco.
Para terminar, comentar que nos encontramos con un estudio exhaustivo y entretenido de la historia del pueblo judío originario de la península y su devenir en la historia. Nos señala sus lazos con España, ya sea por las costumbres, idioma o simplemente del recuerdo de un país que los expulsó inmisericórdemente en 1492 y con el que, sin embargo, mantuvieron contactos y relaciones hasta la actualidad, obviamente desvirtuadas por el paso del tiempo y la pérdida de las costumbre de los mayores, memoria viva de un pasado milenario.
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