No voy a engañaros. “El show de
Truman” es una de mis películas favoritas de la década de los 90. La dirigió en
1998, Peter Weir y la protagonizó, posiblemente en su mejor papel hasta ahora,
el histriónico y casi siempre insoportable, Jim Carrey. Su argumento es bien conocido por
los aficionados al cine. Una productora de televisión adopta a un niño recién
nacido y crea a su alrededor un modelo de vida y un entorno completamente
artificial, a base de decorados y actores, con el fin de televisar los acontecimientos
de su vida, sin que él lo sepa. A lo largo del tiempo este niño se hace adulto
y es tal la fama y el éxito del programa de televisión, que se ha convertido en
un evento de proporciones incalculables. Pero llega un momento en que la vida de
Truman, se vuelve excesivamente rutinaria, le aburre, y la propia curiosidad de
individuo le lleva a querer salir de la vida monótona de su entorno, todo lo
cual, pone en riesgo la continuidad del programa más visto del planeta.
Peter Weir, logra con esta
película hablarnos de como se puede manipular a las personas, deshumanizando
todo su alrededor y convirtiéndolo en un mero producto televisivo, con el único
fin de lograr audiencia y muchos ingresos. Se realiza una crítica mordaz a la moda de los programas de “Gran Hermano” tan famosos a finales
de los años 90. Para ello y utilizando la tragicomedia, el director nos
introduce en la vida del protagonista, cuyos acontecimientos vitales, han
formado parte del guión de su vida, manipulándola a lo largo de las 24 horas
diarias para conseguir un único fin: audiencia. El día a día de Truman está
salpicado de anuncios y publicidad, que van apareciendo a lo largo de sus
quehaceres diarios. Sin embargo varios factores cambiarán en su vida. Por un
lado su deseo de viajar. Por otro, una serie de accidentes o errores de
producción en el programa televisivo, que llevarán a situaciones hilarantes y
alertarán al protagonista ante la realidad de su vida.
El guión es extraordinario, lleno
de dobles mensajes, que propone una serie de preguntas sobre la intervención de
la televisión en nuestra vida, la manipulación de las personas y el poder del
individualismo frente al control externo, en este caso de la productora
televisiva. Los actores están muy medidos y controlados. Unos papeles que
podrían resultar excesivamente esperpénticos, mantienen el equilibrio gracias a
la inestimable labor del director, sin duda, uno de los mejores del momento.
Jim Carrey borda su actuación, jugando con un perfil casi infantil, del
personaje manipulado y por otro, ese carácter aventurero y rebelde que termina
saliendo a relucir a lo largo de la película. Laura Linney y Ed Harris,
interpretando a la ficticia esposa y al productor creador del programa, se
identifican estupendamente con sus personajes.
Una película con gran profundidad crítica, cuyo envoltorio resulta una estupenda comedia, pero que en su trasfondo supura drama. Una película que aboga por la independencia del individuo, frente al poder casi intimidatorio de la televisión que nos lleva a actuar como borregos a lo largo de la vida. Un cuento de miedos, héroes, princesas y villanos actualizado al siglo XX, donde la magia es sustituida por la televisión.
Una película con gran profundidad crítica, cuyo envoltorio resulta una estupenda comedia, pero que en su trasfondo supura drama. Una película que aboga por la independencia del individuo, frente al poder casi intimidatorio de la televisión que nos lleva a actuar como borregos a lo largo de la vida. Un cuento de miedos, héroes, princesas y villanos actualizado al siglo XX, donde la magia es sustituida por la televisión.