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jueves, 13 de septiembre de 2018

"Memorias del sargento Bourgogne" - Adrien Bourgogne

1812. Napoleón invade Rusia. Después de un accidentado periplo por territorio ruso y derrotar al ejército del Zar en Borodino, el emperador entra en Moscú. Tras pasar en la capital rusa apenas treinta días, se vio obligado a volver sobre sus pasos al no conseguir su deseada negociación de paz con el zar Alejandro I. Durante dos largos meses la Grand Armée no solo sufrió el continuo hostigamiento de los cosacos y las tropas rusas, sino que fue devastada por el crudo y terrible invierno, que azotó sin piedad las largas líneas francesas.
Ediciones Salamina publicó hace unos meses las que posiblemente sean las memorias más conocidas que se conocen sobre aquella retirada. Su autor, el sargento de la Guardia Imperial Adrien Bourgogne. Este veterano de las campañas francesas acometidas en media Europa, fue uno de los más de cuatrocientos mil soldados que emprendieron la invasión en junio de 1812 y de los poco más de quince mil que regresaron con vida de aquel infierno blanco. Sus memorias muestran con extremo detalle la llegada, estancia en Moscú y la retirada, desde el punto de vista de un soldado de a pie, fuera de los círculos de los oficiales de alta graduación y el entorno más cercano del emperador. Si bien el trascurso de los meses en los que la Grand Armée invadió Rusia pasan de soslayo por las primeras páginas del libro, la estancia de las tropas imperiales en Moscú, toman cierta importancia en sus páginas. Tal como cuenta el Sargento Bourgogne, siempre hablando en primera persona, la situación de la capital fue absolutamente compleja. Las tropas estaban mal estacionadas y desde que se empezaron a propagar los incendios en sus calles, la estancia de las tropas fue harto complicada. Los víveres escaseaban, la rapiña y ocupación de las casas no tuvo límite y los incendios se reproducían cercenando la libre circulación de los ocupantes.

Sin embargo, tras la decisión de Napoleón de salir de la capital y volver grupas hacia Francia, la debacle se cernió sobre las tropas sin remedio. Y es aquí cuando el relato de Borugogne toma importancia. Desde luego, la presión de los rusos en la batalla de Maloyaroslatev, provocó que los franceses y sus aliados no pudieran tomar una ruta diferente a la que meses antes les había llevado a Moscú, con lo que tuvieron que regresar sobre sus pasos reencontrándose con los campos y poblaciones sobre los que ya pasaron y destruyeron a su paso. Por todo ello, la falta de víveres y refugio sería una constante. En más de una ocasión, la llegada del protagonista y sus compañeros a estos pueblos y villas, solo les otorgaba cuatro paredes sin techo donde albergarse y poca comida. Pero sin duda el gran enemigo se personificó en forma de invierno. La estación se adelantó aquel año, y a mediados de octubre ya habían caído las primeras nevadas. A partir de ese momento, el frío hasta temperaturas de veinticinco grados bajo cero, las ventiscas y grandes tormentas de nieves, junto al continuo acoso de los rusos, convirtió la experiencia de Bourgogne y sus camaradas en un auténtico hito de supervivencia. En sus memorias nos cuenta la sinrazón de las situaciones generadas por el hambre y el frío. El deseo de sobrevivir, tal como él nos narra, se encontró por encima de sus semejantes, hasta llevarles en algunos casos extremos a esconder la escasa comida que atesoraban antes que ofrecérsela a sus compañeros.

Tras la batalla de Krasnoi, la retirada se convirtió en una desbandada incontrolable. Es terrorífico como cuenta que cuando en ocasiones perdían la senda de regreso, tras horas de desconcierto, encontraba el camino gracias a los moribundos y fallecidos tirados en los márgenes de los caminos. En contraposición a esta situación de inhumanidad, llama también la atención la fe y confianza casi mítica en el emperador y en el cuerpo de la Guardia Imperial, al que pertenecía. La idea de pertenencia a un regimiento, el sentimiento de servicio a Napoleón, sin duda fue un acicate importante para la supervivencia de quienes tuvieron la suerte de sobrevivir a aquel periplo, que en palabras del sargento, suena tan terrorífico como inhumano. La carrera por sobrevivir pasaba por no dejar de andar, no dormir al raso, pertenecer a un grupo humano unido y como no, superar el acoso continuo de las tropas irregulares rusas, formadas por tártaros y cosacos, todos ellos terribles y mortíferos. En sus memorias, recuerdo algunos trazos de auténtica pesadilla. Por ejemplo, cuando no puede sostener el arma frente a la carga de un jinete a punto de ensartarte con su lanza, debido al estado de congelación de sus manos y al huir, en pleno golpe de dolor debido a un cólico inoportuno, se hace sus necesidades encima en plena carrera frente al enemigo. O el momento en que muerto de hambre, es incapaz a hincar un mordisco a la carne de uno de los miles de caballos muertos o sacrificados en el camino, debido al extremo estado de congelación. Estos son solo son algunos de los retazos narrados de primera mano por el vélite sargento Bourgogne, en unas memorias muy entretenidas en su lectura, contadas con gran detalle y sobre todo con la humanidad y a veces, culpabilidad del que fue testigo directo de una de las mayores debacles militares y humanitarias del siglo XIX.