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lunes, 16 de octubre de 2017

"Los restos del día" - Kazuo Ishiguro

Los restos del día es otra de tantas novelas a las que me he enfrentado con ilusión tras disfrutar de su versión cinematográfica. La verdad es que hace años que vi la película y tenía ganas de hincarle el diente al que es uno de los libros más famosos y reconocidos, si no el más, del escritor británico de origen japonés y Premio Nobel de Literatura de este año, Kazuo Ishiguro. La novela nos traslada a la campiña inglesa en los años cincuenta. Stevens, un veterano mayordomo, debe reorganizar la mansión de Darlington Hall, ante la inminente llegada el nuevo propietario norteamericano de la finca. A pesar de conocer su oficio a la perfección y gozar de cierta confianza con el nuevo dueño de la casa, el ilustre mayordomo necesita un apoyo más en el mantenimiento y servicio de la casa, por lo que decide localizar y mantener una entrevista con una antigua empleada y ama de llaves de dicha mansión con la que mantiene correspondencia. Con la excusa de plantear la vuelta de la Sra. Been y aprovechando el viaje por la campiña y los verdes prados de Inglaterra, Stevens rememora para el lector los años en que Darlintong Hall gozaba ser un centro de reunión de gran número de personajes insignes en el periodo de los años treinta, precedentes de la 2ª Guerra Mundial.


Ishiguro juega en su redacción con el continuo uso de flashbacks y muestra al lector la vida en aquella mansión, tanto como la eficacia, rutina y estructura del servicio de una casa de tan ilustre señorío, como las relaciones del Sr. Darlington con gran número de protagonistas involucrados en el acercamiento de cierto sector aristocrático inglés al emergente liderazgo nazi en la Alemania de los años treinta. Desde su puesto privilegiado de observador, Stevens narra, mientras recorre la campiña en el coche de su nuevo señor, los entresijos de aquellas conversaciones que pretendían promover la eliminación de las duras condiciones exigidas a Alemania tras la Gran Guerra, mientras se acercaban peligrosamente a cierto amiguismo con el gobierno de Hitler. Sin afán crítico ni siquiera analítico, Stevens justifica la buena  fe de Lord Darlington y su pretendida cruzada, que finalmente se demostró tan equivocada como peligrosa.

Paralelamente y conforme a esto,  el bueno y templado mayordomo explica la labor y profesionalidad de su trabajo como encargado y responsable del servicio en un hogar que destila por todas sus paredes, recuerdos de la era victoriana. La delicadeza en cumplir las labores diarias de su profesión, la pretensión de lograr la perfección de su labor, liderada por la dignidad de su quehacer y el servicio a su señor, nos señalan medianamente un vademecum detallado y perfecto de lo que debería definir a un respetable y ejemplar mayordomo.

En tercer lugar y marcando el componente humano y sentido de la novela, Ishiguro, mediante la narración de Stevens, invita a escudriñar la relación, a veces cordial y a veces tensa, entre el propio narrador y la Sra. Benn. Sus conversaciones, siempre recordadas dentro de las obligaciones de la casa, junto a ciertos gestos y miradas y, sobre todo, a esos silencios maravillosos que el escritor es capaz de trasladarnos negro sobre blanco, marcan el fondo trascendente de una historia que navega entre la soledad profesional de Stevens, su dedicación a un trabajo que le dignifica y a una profunda y sentida relación de sentido cariño entre ambos. Pero esa misma dignidad y seriedad en su vida-profesional, o en su profesional-vida, harán que este cariño se desvirtúe entre las paredes de una plena de actividad y obligaciones en los años precedentes a la 2ª Guerra Mundial. El viaje de Stevens por la campiña inglesa, en búsqueda de la ama de llaves, a la que dice necesitar por simple necesidad profesional, se convierte en un viaje interior, lleno de sensibilidad, soledad y compromiso con su vida en y para Darlington Hall. 

Kazuo Ishiguro realiza un completo y meridiano estudio de una época que se pierde entre la tradición pasada y el avance del tiempo. Su vehículo y estructura narrativa es tan elegante como embaucador. Su estilo destila porte y pureza, remarcando las maneras y el recuerdo de tiempos gloriosos y señoriales, donde el servicio y la dignidad de lo que se realiza está por encima de uno mismo, ya sea en el papel de Stevens, como en el de Lord Darlington... Lo que piensen los demás, está de más, nunca mejor dicho, a pesar de que las consecuencias y fines, no logren lo buscado. El primero perdió por ello una relación. El segundo, se vio relegado al olvido. Y sin embargo, el autor, dignifica su manera de actuar, porque buscan su verdad y actúan en función de lo que creen que deben ser sus obligaciones, cada uno en su lugar del estatus social. Deliciosa en su planteamiento, esta novela rezuma elegancia, profundidad y mucho sentimiento humano. Una historia que narra el devenir de personajes perdedores, eso sí, muy dignos en el desarrollo de su vida y por tanto, ejemplares.

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