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miércoles, 20 de mayo de 2015

"Mad Max. Furia en la carretera"

¿Es posible dirigir una película, en la que prácticamente se repiten los cimientos, la trama, el escenario y el perfil de los personajes, de las tres películas anteriores de la saga de Mad Max y crear un producto diferente e incluso superior al original? George Miller nos ha demostrado con creces, que sí es posible reinventarse y no solo no morir en el intento, sino además, dejar con la boca abierta a crítica y espectadores por igual.

La trama nos vuelve a situar en una mundo post-apocalíptico, donde el desierto y la existencia de todo bien que pueda sostener la vida, es tan escasa como las esperanzas de supervivencia en un mundo hostil, cruel y salvaje. Max, el protagonista, es atacado y sometido por un grupo de supervivientes, que viven en un lugar llamado La Ciudadela. Allí, el líder de un grupo de privilegiados guerreros, domina la posesión de agua y otros bienes. Su fijación es la de procrear nuevos niños sanos, gracias a la posesión de una serie de jóvenes mujeres. En triangulación con los líderes de la Ciudad de la Gasolina y la Ciudad de las Municiones (creo que así las llamaban), dominan bajo el terror a un buen número de supervivientes. En un momento dado, una de sus guerreras, llamada Imperator Furiosa, huye de la Ciudadela, con un camión de guerra y algo más, involucrando a Max en una carrera hacia una nueva esperanza.
La capacidad de renovación, de reinvención de un producto que es un referente clásico del género del cine pos-apocalíptico, se basa en varios factores. Por supuesto, su mayor baza es la apuesta por no dar descanso al espectador, recreando una continua persecución en un desierto infinito. Lo que podría haber sido repetitivo y anodino, se presenta como un conjunto de imágenes llenas de adrenalina y explosiones, coreografiadas a la perfección, resultado de un portentoso montaje, que es capaz de mezclar, casi artesanalmente, el laborioso trabajo de especialistas, conductores y fuegos de artificio, junto a un calculado buen uso de efectos especiales. La sensación de realidad, peligro y emoción, salpica y seduce al espectador. La capacidad de la cámara de transmitir el colorido del desierto, en sus distintos matices, llenos de calor e intensidad, junto a la inmensidad de los cielos azules y el desierto infinito, logra una paleta de color, que equilibra la acción desmedida de ruido, polvo, disparos y violencia. A esto añadimos una estética asombrosa, que conjuga momentos casi surrealistas, como la imagen del guitarrista encadenado empuñando su lanzallamas, con la capacidad de reinventar y diseñar un look impactante, brutal y tremendamente efectista. 
Se dirá que el guión es prácticamente inexistente y es cierto. Es más, diría que resulta repetitivo, sobre todo en comparación con la tercera entrega de la saga. Sin embargo, y con matices, esta película no tiene sitio para más guión del que tiene y además, no lo necesita. A lo mejor se hecha en falta mirar atrás en los orígenes de alguno de los protagonistas. Aún así, la velocidad de la historia es tan vertiginosa, que no da tiempo a pensarlo y ni siquiera importa. La trama se conjuga en un conjunto de potentes imágenes, que redireccionan la esperanza y el futuro de los protagonistas, hacia un horizonte desconocido y quizás inexistente, focalizando el fondo de la trama, en que quizás el paraíso no está por buscar, sino que se encuentra en sus mismas narices. Simplemente hay que arrebatarlo a otros, dominarlo y poseerlo. He aquí la batalla. Y quién mejor para portagonizar esta ilusión, que un Max nuevo, que sustituye a Mel Gibson, por un contundente y callado Tom Hardy. Justa elección para encarnar una leyenda, que sin embargo, aún estando muy bien, no puede con el encanto y fortaleza, de una Charlize Theron tan sólida como convincente. Con una imagen rompedora, fuerte, a la vez que triste y desesperada, ocupa con creces una pantalla con poco espacio para ñoñerias y sentimentalismos.
No fui capaz de pestañear ni un solo momento a lo largo de una película vibrante, brutal y que demuestra la genialidad de un director, que ha sabido recuperar un mito, limpiarle el polvo y presentarlo en sociedad, con brillo y mucha espectacularidad. Con una fotografía nítida, llena de calor y color, y con una banda sonora brillante, apoteósica, nos encontramos quizás, ante la sorpresa cinematográfica del año, no solo por su contundencia, si no también por su honestidad ante el espectador. Ofrece lo que ofrece, sin engaños. Se le achacará la falta de guión, de mensajes nuevos y desde luego, no es una película para todos los gustos. Pero su versatilidad y la capacidad de ofrecer pura y cruda acción, es tan real como cierta e intachable.