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martes, 23 de septiembre de 2014

"La gran belleza"

Empezaré de manera diferente a como suele ser habitual en mis reseñas. Ante todo y sobre todo, La gran belleza es una de las mejores películas que se han estrenado en el cine en los últimos tiempos. Recomendable por su estética, por su visión humana de la sociedad actual, por su descripción, difícilmente más bella, de una Roma intimista y eterna, por su implacable manera de contar la decadencia de la modernidad y como no, por la actuación impecable y serena del protagonista, Toni Servillo.
Este film, me recuerda a otra maravillosa creación italiana. Su reminiscencia de la loable "La Dolce Vita" de Fellini, comparte puntos de vista, definitorios, en la visión crítica y casi esperpéntica, de la sociedad romana. Además los personajes de Mastroiani y Servillo, parecen presentar al mismo periodista en los años 60 y cuarenta años después. Su dominio y capacidad de moverse en la sociedad más cool de Roma, su razonamiento crítico y caústico frente a la manera de vivir de los personajes que le acompañan a lo largo de ambas películas, su visión vital de la vida, enlazan ambas producciones, aunque en realidad nada tengan en común, ¿o sí? Todo depende del punto de vista del espectador.
Servillo, interpreta a un periodista/escritor de 65 años, bien relacionado, alrededor del que se mueven una serie de amigos o conocidos, que van introduciendo en la película la distintas historias, cuyo nexo de unión narrativo, lo ocupa, el protagonista. Arribistas, egocéntricos, modernos de pacotilla, adoradores de la belleza, artistas e intelectuales, forman una fauna, sobre la que el escritor, Jep Gambardella, narra, como si de él fluyeran una serie de afluentes, sus impresiones más íntimas y vitales sobre la vida, su sentido y la belleza.
Mediante esta excusa, el director, Paolo Sorrentino, juzga y sentencia las realidades más superficiales de la sociedad actual. Sus historias narran, de una manera casi surrealista la realidad del mito de la belleza, presentándonos, la más superficial y artificosa de ellas, en el reflejo de las personas que hacen lo indecible por parecer, no solo más guapas y bellas, sino, lo que no son, en un intento por convencer a los demás de la falsedad de cada uno. En contraposición a esto, Sorrentino, utilizando el escenario de una Roma, más íntima y nocturna, presenta la belleza pura y real de la Ciudad Eterna, gracias a sus palacios, esculturas, rincones y calles. Mediante encuadres, que parecen grandes pinturas y utilizando una iluminación mágica por su efecto, el director nos muestra su pensamiento de lo que es realmente la belleza, lo inmortal, la realidad imperecedera de la capital romana.
Su crítica mordaz e hiriente frente a una modernidad falsa y llena de artificio y mentiras, utiliza al personaje de Jep como hilo narrativo, sobre el que se cruzan, historias, vidas, imágenes y sueños. Su análisis del arte contemporáneo casi esperpéntico, de la adoración a la belleza y al dinero, junto a la complejidad de la búsqueda del éxito y la falsedad de algunos personajes, enlazan con temas muy  actuales, como la corrupción, la Iglesia, la mujer actual y su posición en la sociedad... y muchos más. Precisamente el equilibrio creado entre las imágenes preciosistas y bellísimas, con las que acompaña la crítica salvaje al mundanal ruido que generamos a nuestro alrededor, es lo que eleva a metáfora, a poesía, esta cinta, que la hace imprescindible... Un canto de cisne a lo actual, a lo moderno, implacable. Una añoranza del silencio, de la observación, de lo propio... Y  cómo terminar esta obra de arte, sino con la estampa de su epílogo, donde la cámara recorre el Tíber, bajo los puentes inmutables de Roma.



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